La Muerte de Marat de David
Aunque Jean Paul Marat no se suicidó, su muerte sirvió de inspiración al cuadro que les voy a describir:
Vemos a una mujer entrar a un baño oscuro, iluminado sólo por un montón de velas rojas dispuestas por todo el espacio. La tina está llena y ella lleva en su mano un traje de hombre que cuelga de un gancho.
Lo deja en una percha, abre el botiquín y saca de él una botella de champaña y una copa de cristal.
Se sirve.
Le digo que me pague. Le digo que si quiere acostarse conmigo que me pague.
Se viste con el traje. Toma champaña. La bebe como si fuera agua. Increpa a Dios. Carecer por completo de talento no es nada extraordinario, pero no me gusta que me lo reproches. Le grita. Lo erotiza. Lo invade. Lo provoca. Entra a la tina. El agua está fría. Ella está perfectamente vestida. Mira sus muñecas. El agua está helada. Se sumerge. Y nunca más vuelve a aparecer. Si yo fuera pez buscaría los abismos, sólo por alejarme...
Es el reproche absoluto a Dios. Es tanta la confusión y el odio, que cada uno de sus actos están pensados para reprochar la creación y cada una de las creencias preestablecidas: desde vender su sexo, negarse como mujer al vestir de hombre y provocar su muerte en el momento en que no debía hacerlo.
Una persona que no admite los propios errores, la propia historia, que no tiene la fortaleza para aceptar la derrota y la frustración, vuelve su vida a lo que siempre creyó errado y muere en un baño que se cae a pedazos, dentro de una tina de agua fría, con las muñecas rasgadas y el aire teñido de alcohol. Es el anti glamour absoluto. Ni siquiera el suicidio logró convertirlo en un momento memorable.
Morir, señor Juez, no es nada extraordinario...